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lunes, 16 de octubre de 2017

barco de cristal

El 3 de julio de 1971, en un departamento de la calle Beaureillis de París, Pamela Courson dormía compartiendo la cama con Jim Morrison. Estaban drogados con heroína y Morrison había tosido bastante escupiendo sangre. Hacía dos meses que tosía y escupía sangre. No hizo nada al respecto. Tampoco Manzarek, Krieger ni Densmore, los otros integrantes de The Doors, la banda de la que Jim era líder absoluto. Ellos lo vieron interrumpir los ensayos para toser un poco y secarse la sangre pero no se les ocurrió que debían hacer alguna cosa.
Esa noche, mientras dormía al lado de Pamela, Morrison se despertó tosiendo. Fue al baño y vomitó sangre. Pamela estaba tan drogada que no diferenciaba su mano derecha de la izquierda. De algún modo se las arregló y pudo seguirlo al baño, vio lo que hacía y volvió a la cama sin inquietarse para nada. Jim abrió las canillas de la bañadera y la llenó para meterse adentro. El agua caliente podría hacerlo recuperar un poco. Pero había mezclado alcohol, cocaína y heroína, y no era una buena idea darse un baño de inmersión. Como suele pasar, se quedó dormido. Demasiado dormido como para reaccionar cuando su cuerpo resbaló sumergiéndose la cabeza. Pamela acabó por despabilarse un poco y regresó al baño. Tuvo un ataque de histeria pero pudo llamar a uno de esos médicos que no quieren problemas. La policía tampoco complicó la historia. Morrison había tenido un infarto.


Jim era hijo de un almirante de la marina estadounidense. Cada vez que al padre lo trasladaban, dejaba atrás a sus amigos, el barrio, la escuela, y aparecía algo nuevo. Esto era común y lo hizo poco apegado a quedarse en un sitio o a tener intensos tratos de amistad con alguien. Lo que más le importaba era el arte. Leía todo lo que encontraba, escribía poemas; a veces, pintaba. Fue a la universidad y, un poco después, decidió estudiar cine. Ya se había distanciado de su familia y hacía su propio camino. Andaba varios días con la misma ropa porque no se compraba otra cosa que no fueran libros y se ubicó en una azotea de Los Ángeles viviendo con lo que podía sacar de la música que tocaba en algunos tugurios. Morrison había conocido a Ray Manzarek, un tecladista que se hizo productor, y a Manzarek le gustaron los poemas que Jim le mostró. Se podían hacer canciones con ellos. Encontraron un par de músicos y formaron The Doors.


Pamela Courson eran una chica con pocas amistades. Sus padres eran más bien huraños y no trataban demasiado con la gente. Pamela parecía tener su propio mundo y no dejaba que nadie accediera a él. En la secundaria de Orange Hills, una escuela tradicional de California, no era mala en los estudios. El problema era otro: casi nunca iba a clases. Al fin, decidió irse de ahí y viajar a Los Ángeles para compartir un departamento con un amigo. También para escuchar rock y consumir un poco de droga sin que nadie la molestara. Por supuesto, no era nada tonta y tenía pretensiones de ser alguien en la vida, así que se inscribió en Los Angeles City College, que, entre otras cosas, ofrecía estudios de arte y cursos de teatro. Una noche fue a un club nocturno de segunda línea, The London Fog, y conoció a Jim Morrison.


Morrison no era un tipo común. Su nivel de inteligencia era muy elevado, leía filosofía y poemas, se drogaba todo el tiempo, componía canciones, era un buen cantante, y las mujeres le rondaban como las moscas de verano al jugo derramado sobre la mesa. Poco lugar quedaba para que una chica ocupara un lugar privilegiado en su vida. Sin embargo, Pamela Courson lo consiguió. Es cierto que no fueron demasiado fieles pero se mantuvieron juntos en medio de un torbellino que a otros los hubiera distanciado. Se conocieron en 1965, cuando ella tenía diecinueve años y Jim, veintidós y, todavía nadie sabía demasiado de él. Recién comenzó a llegar la fama cuando The Doors tocó en Whisky a Go Go, un sitio nocturno de moda, y se conoció The End, una canción a la que Morrison le cambiaba la letra todas las noches, improvisando según le viniera en gana. Pero Jim tenía un problema serio: sufría de pánico escénico y le era imposible dar el concierto sin tomar drogas que le hicieran vencer el miedo. De modo que su drogadicción fue en ascenso, tanto como para convertirlo en un experto sobre el tema. A Pamela no le quedó sino seguirlo en el ritmo que él imponía. No podía quedarse demasiado atrás. Ya había miles de chicas con pretensiones de sustituirla.


Morrison se salía de las reglas como cosa común. Algunas veces, cantó toda la noche dando la espalda al público, en alguna ocasión se le dio por mostrar el pene en el escenario y lo llevaron detenido; también se le ocurrió hacer una variación en The End y cerrar la canción inspirándose en Sófocles y su Edipo: “¿Padre?”/ “Sí, hijo”/”Quiero matarte”/”¿Madre?”/Quiero cogerte (I want to…¡fuck you!).
Claro, al dueño del lugar le pareció demasiado y lo echó. Pero Paul Rotchild estaba entre el público. Y Paul era el dueño de Elektra Record, una empresa discográfica a la que le iba bastante bien. The Doors grabó el tema pero Morrison cambió el diálogo con sus padres por un grito. Una ligera concesión para no dañar en exceso la moral de la época. En ese primer álbum se encontraba “Enciende mi fuego” (“Light my fire”), una canción que cuenta de una pareja “llegando alto” (getting high), lo que era una forma de hablar sobre los efectos de la droga. Letra y música pertenecían al guitarrista de la banda, Robby Krieger, pero Morrison la llevó a la fama con su voz. Era el año 1967 y The Doors o Morrison, que es lo mismo, comenzaban a “llegar alto”.


En 1969, The Doors era la única banda estadounidense capaz de competir con The Beatles o Rolling Stones. Un par de años después, Morrison estaba definitivamente en la cima y, como siempre, con Pamela a su lado. Pero Jim tenía un juicio sobre su cabeza por ese asunto de haber mostrado el pene y podía ir preso. Conversaron bastante con Pamela y decidieron dejar todo e irse a París. En definitiva, lo que más deseaba Morrison era ser escritor. Ya había publicado dos libros de poemas que no tuvieron el mismo éxito que sus canciones. No es mucha la gente con ganas de leer poesías. Sobre todo, la que es profunda y se hace necesario pensar un poco.


El fin llegó en la noche del 3 de julio, en París. Morrison murió en una bañadera y aparecieron las versiones que se dan en estos casos: Jim murió en su cama y alguien lo metió en la bañadera. O murió en el baño de un tugurio, escupiendo sangre y baba después de consumir vodka, gin, cocaína y una sobredosis de heroína. Luego, dos narcotraficantes lo llevaron al hotel sin que nadie los viera y lo pusieron en la bañadera para mantener caliente el cuerpo o lograr una absurda e imposible recuperación. Y esos tipos eran tan idiotas que no se les ocurrió llevarlo a un hospital. O es que Morrison no murió y su muerte fue una simulación ideada por él para desaparecer en el anonimato, motivo por el que su féretro fue transportado en secreto a Estados Unidos llevando piedras adentro. Aunque, en realidad, el féretro siga en el mismo cementerio francés teniendo adentro a un tipo comido por los gusanos desde hace mucho. O, quizás, se suicidó eligiendo una forma muy compleja de suicidio y comprometiendo seriamente a la mujer que amaba, a la que había hecho heredera por testamento, y que estaba con él en el mismo departamento. El asunto es que hubo quienes ganaron algo de dinero escribiendo libros y artículos sobre las pruebas que demuestran cómo murió realmente o cómo no murió y anda vivo en alguna parte del mundo hasta que decida regresar. Lo de siempre en las muertes de un tipo o una tipa famosos: aparecen las hienas arrojándose sobre el cadáver. Toda esa clase de gente dispuesta a hacer o decir lo que sea si el resultado es llenar sus bolsillos de dólares.
Lo único cierto es que Jim Morrison fue un tipo de talento que sufrió bastante y que no encontró otro camino para aliviarse que tragar cuanta droga encontró. Y que consiguió el alivio por completo cuando la droga lo mató.
Él creía en el destino. Aunque nunca se enteró, el destino había decidido que debía morir en el baño de un departamento de París, en una noche de julio, mientras, muy cerca, la chica que más lo quiso estaba demasiado drogada como para darle una mano.


Pamela heredó los bienes de Morrison. El padre almirante y la esposa del almirante iniciaron un juicio por esto. El dinero les hizo recordar que tenían un hijo al que no se molestaron en ayudar cuando los necesitó. Todo lo que le interesaba era el dinero de su hijo. Les resultaba difícil entender que él había decidido que todo lo que era suyo quedara con Pamela y no con gente con la que ya no tenía nada que ver. Así suelen ser estas cosas. Muchos usan la palabra amor pero la palabra dinero la silencia.
Pamela usó el dinero para comprar mucha droga y mantenerse aislada del mundo real. Tres años después del suceso de París, Pamela organizó una fiesta con algunos amigos en su departamento de Hollywood. En un momento, se apartó de ellos y fue al dormitorio. Antes, dijo algo así como: “Jim lleva demasiado tiempo esperándome”.
La dosis de heroína fue lo bastante alta como para matarla.

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