PEOR ES NADA. PEOR ES NADA. PEOR ES NADA. PEOR ES NADA . PEOR ES NADA. PEOR ES NADA.

viernes, 30 de junio de 2017

seres-jardín y seres-patio

"...No se dan las gracias a un jardín. Yo siempre he dividido a la humanidad en dos partes. Hay seres-jardín y seres-patio. Estos pasean su patio consigo, lo sofocan a uno entre sus cuatro muros, y uno se ve obligado a hablar con ellos para hacer ruido. Es penoso, el silencio, en un patio. Pero por los jardines uno se pasea. Uno puede callarse y respirar. Se está a gusto. Y las sorpresas agradables aparecen solas. No hay nada que buscar. Una mariposa, un escarabajo, una luciérnaga se nos muestran. No sabemos nada sobre la civilización de la luciérnaga. Uno sueña. El escarabajo parece saber a dónde va. Tiene mucha prisa. Es asombroso, y seguimos soñando. Luego la mariposa. Cuando se posa sobre una flor espléndida, uno se dice: para ella es como si se posara en una terraza de Babilonia, un jardín colgante que se balancea... Luego uno se calla al ver tres o cuatro estrellas.
Pero no le doy las gracias por todo esto. Usted es como es. Simplemente tengo ganas de pasearme todavía en su jardín.
También pensé otra cosa. Hay gente-carretera nacional y hay gente-senderos. La gente-carretera nacional me aburre. Me aburre el granito de los mojones. Van hacia algo preciso, una ganancia, una ambición. A lo largo de los senderos, por el contrario, hay avellanos, y se puede pasear entre ellos para mordisquear sus frutos. A cada paso, uno está allí para estar allí, no en otro lugar. Pero no hay absolutamente nada que aprender de los mojones... ""
(Carta de Antoine de Saint-Exupéry a Madame de Rosa, nombre con que el se refería a su esposa Consuelo Sucín)


Respeto a la vida


A menudo, al maximizar una variable, deprimimos otras. 
Nuestro proyecto fáustico de sustituir naturaleza por tecnología a gran escala, ¿hacia dónde conduce? Un ejemplo (del que se derivan conclusiones fácilmente extrapolables): se cultivan verduras en climas fríos merced a invernaderos climatizados de alta tecnología como en Lower Mainland (Columbia Británica, Canadá). Ahí, los cultivos hidropónicos –sin tierra– son entre seis y nueve veces más productivos que el cultivo tradicional (midiendo en kilos de producto por superficie de cultivo). 
Pero si analizamos los flujos de materia y energía en juego ¡la huella ecológica de uno de estos tomates de invernadero es entre 14 y 20 veces mayor que la del tomate convencional![1] La intensificación productiva –en este como en otros casos— se produce a costa de un acrecentado impacto sobre los sistemas naturales que sustentan la vida. Lo que se gana por un lado se pierde por el otro: como sucede tan a menudo en los sistemas complejos de toda índole, al maximizar una variable deprimimos otras. Y si sólo miramos una pequeña porción del fenómeno, estaremos autoengañándonos. 
La sabiduría popular lo consignaba: lo mejor es enemigo de lo bueno. Desde una perspectiva sistémica, todas las propiedades de una cosa están interrelacionadas, de modo que la maximización de una de ellas probablemente minimice otras. Todo beneficio tiene su precio... El socialista holandés Sicco Mansholt (miembro de la Comisión de la CEE desde su fundación en 1958 hasta 1974, y presidente de la misma en 1972-74), describía así su sorpresa al topar con el informe al Club de Roma Los límites al crecimiento que Dennis y Donella Meadows –coautores del mismo— le hicieron llegar a finales de 1971: 
“Hasta entonces no me había dado cuenta cabal del nexo que existía entre todos los problemas. Energía, alimentación, demografía, escasez de recursos naturales, industrialización, desequilibrio ecológico, formaban un todo. No había sentido nunca, como sentí en el momento de leer el informe, que era casi imposible corregir un punto, uno solo, sin agravar los restantes”.[2] 



Dos vías para salir de la vía de la dominación.
Pero ¿cómo situarnos fuera de la perspectiva de dominación –o limitarla? Se me ocurren dos vías. En el mismo arranque de la Modernidad, el malogrado Etienne de la Boëtie sugirió las claves de una política de la amistad que, en vez de vincular aristotélicamente la filía con la felicidad, la insertaba en el campo de la libertad. Podemos dejar de traicionar a lo mejor de nosotros mismos; podemos esquivar la servidumbre voluntaria; podemos rechazar el esquema sadomasoquista de la dominación --esas cadenas jerárquicas donde soy dañado por el de arriba y me vengo de mi mal dañando al de abajo. En una sociedad libre los seres humanos, sin ceder al deseo de someterse y de dominar, sin tratar de huir de la muerte entregándose a la pulsión de muerte, podrían reconocer al otro como un semejante. Desde la amistad, pues –nos dice quien fue fiel amigo de Michel de Montaigne— “todos somos compañeros, y no puede caber en el entendimiento de nadie que la naturaleza haya puesto a alguien en servidumbre, habiéndonos puesto a todos en compañía”. 
Políticas de la amistad, por tanto, en primer lugar. Y en segundo lugar, desde otra perspectiva, hemos de pensar en términos de retroalimentación y reflexividad (feedback, un concepto fundamental como acabamos de ver: aunque no es éste el lugar para detenernos en ello, cabe sostener que se trata del patrón ontológico más general de todos, el de la autorreferencia).[3] En otros lugares he llamado la atención sobre un notable apunte de Walter Benjamin en Dirección única (1928):
“Dominar la naturaleza, enseñan los imperialistas, es el sentido de toda técnica. Pero ¿quién confiaría en un maestro que, recurriendo al palmetazo, viera el sentido de la educación en el dominio de los niños por los adultos? ¿No es la educación, ante todo, la organización indispensable de la relación entre las generaciones y, por tanto, si se quiere hablar de dominio, el dominio de la relación entre las generaciones y no de los niños? Lo mismo ocurre con la técnica: no es el dominio de la naturaleza, sino dominio de la relación entre naturaleza y humanidad.”[4] 
Dominar no la naturaleza sino la relación entre naturaleza y humanidad. Dominar nuestro dominio: creo que esta idea sigue siendo inmensamente fecunda en el siglo XXI.[5] No tenemos ninguna otra buena salida. Sabiendo, desde luego, que hemos sido expulsados del Jardín del Edén –no podemos volver a ser cazadores-recolectores, ni mucho menos animales prehumanos, sin posible retorno al mismo. 






La triple D. 
Un coche más hoy es un campesino menos en el futuro,[6] advertía Georgescu-Roegen (uno de los grandes economistas del siglo XX, que tendría que ser tan famoso como Keynes si la cultura dominante no deformase tan trágicamente la realidad). El futuro del que hablaba es nuestro presente. 
Sólo hay una respuesta digna frente a la finitud humana –y ante la realidad de la muerte: cuidarnos, acompañarnos, ayudarnos. El destino del mundo se juega en la prevalencia –o no— de quienes saben eso frente a quienes emprenden la huida hacia delante de la triple D: denegación, distracción, dominación.




Vida que quiere vivir en medio de otras vidas que quieren vivir. 
Hemos dicho: cuidarnos, acompañarnos, ayudarnos frente a la finitud y al horizonte de la muerte. Pero ¿sólo a los Homo sapiens? ¿No son igualmente vulnerables y mortales las demás criaturas con quienes compartimos nuestro hogar biosférico? 
Soy vida que quiere vivir en medio de otras vidas que quieren vivir, reza la gran intuición de Albert Schweitzer. El médico, filósofo, organista y musicólogo alemán desarrolló una ética de reverencia por la vida (Ehrfurcht vor dem Leben, también traducible por “respeto a la vida”) en el segundo decenio del siglo XX. Él mismo cuenta cómo, en el curso de un viaje en canoa por el río Ogouwe en África, en septiembre de 1915, mientras ponderaba una y otra vez “el elemental y universal concepto de lo ético”, le llegó una como deslumbrante intuición: 
“En la tarde del tercer día, mientras avanzábamos a la luz del ocaso, dispersando al pasar una manada de hipopótamos, se me aparecieron súbitamente, sin que lo hubiera presentido o buscado, las palabras respeto a la vida. (…) El camino en la espesura se volvía visible ahora. En ese momento había llegado a la idea en la que una visión afirmativa del mundo y una afirmación de la vida serían comprendidas juntas dentro de la ética.”[7] 
“Soy vida que quiere vivir entre las otras vidas que quieren vivir”, formula el músico, filántropo, pensador humanista y médico alemán. Y también: 
“La ética consiste en la experiencia de la necesidad de ofrecer a cualquier voluntad de vivir la misma reverencia por la vida que a la mía. De este modo, se establece el principio ético de lo racionalmente necesario. El bien es mantener y promover la vida; el mal es impedir o aniquilar la vida.”[8]  

lunes, 26 de junio de 2017

Nos quitaron el tiempo





En el mundo contemporáneo, la expropiación del tiempo se ha extendido a todos los ámbitos de la vida y no se limita, como antes, al terreno laboral. En el capitalismo actual la expropiación del tiempo de la vida se expresa, de manera paradójica, en la falta de tiempo. Esto es ocasionado por el culto a la velocidad, la aceleración de ritmos, la dilatación de los trayectos de las ciudades, la incorporación de las periferias urbanas mediante la generalización del automóvil, los embotellamientos por el exceso de vehículos privados, la conversión del ocio en una mercancía, la omnipresencia esclavizante del celular, el sometimiento al televisor, frente al cual las personas pasan una buena parte de su existencia, la ampliación de la jornada de trabajo… Un dicho africano expresa de manera contundente nuestra falta de tiempo: “Todos los blancos tienen reloj, pero nunca tienen tiempo” (Chesneaux, 1996).

Esta expropiación del tiempo de la vida está relacionada con la definición del poder en términos del control del tiempo ajeno. En concreto, para decirlo en términos de David Anisi:

Todos partimos de una igualdad básica. Independientemente de nuestras coordenadas sociales, el día tiene veinticuatro horas para todos. Técnicamente el tiempo es algo imposible de producir. Sólo el ejercicio del poder, al apropiarnos del tiempo de los demás, puede acrecentarlo. El poder se mide como la relación entre el tiempo obtenido de los demás y el tiempo necesario para conseguir esa movilización (Anisi, 2006).
Hasta ahora, a importantes sectores de la sociedad el capitalismo no les había podido expropiar su tiempo, si recordamos que “el tiempo es el único recurso del cual pueden disponer gratuitamente los que viven en el escalón más bajo de la sociedad” (Sennett, 2006: 14). Esto era aplicable a gran parte de la población que habitaba en los países periféricos y también concernía a las personas que se encontraban en los territorios de la antigua Unión Soviética y de Europa oriental. En el caso de nuestros países, pobres y periféricos, al capitalismo sólo le interesaban aquellas personas que pudieran convertirse en trabajadores asalariados fueran potenciales consumidores de mercancías materiales o pudieran pagarse unas vacaciones– como manera de expropiarles el tiempo libre, convertido en tiempo de ocio mercantil, comercializado en forma de paquetes turísticos.
Las personas más pobres, que no podían, ni pueden, convertirse en trabajadores asalariados, que no cuentan con dinero para consumir a vasta escala y que tampoco tienen ingresos para ir de vacaciones, ahora soportan la expropiación de su tiempo, por medio, principalmente, del teléfono celular, convertido en un verdadero objeto de consumo masivo, tan omnipresente hoy en día como los relojes de mano. Todas las clases sociales usan celulares, aunque de diferente precio y calidad, pero con la misma finalidad de consumir tiempo en una comunicación perpetua, y en la mayor parte de los casos innecesaria. Eso lo hacen también los pobres, sin empleo y en condiciones indignas de vida (sin escuelas, sin salud, sin ingresos económicos, sin ninguna perspectiva vital, aprisionados en tugurios, sin agua potable…), que invierten lo poco que tienen en la compra de un celular y en adquirir tarjetas para hablar. En ese sentido, puede decirse que hoy ni siquiera los pobres pueden disponer gratuitamente de su tiempo, pues se les ha expropiado y se les ha obligado a usarlo de forma permanente en parlotear en el celular o en ver televisión basura, con lo cual no sólo pierden su tiempo sino que producen fabulosas ganancias a los emporios multinacionales que controlan y manejan la economía de los teléfonos celulares.

En el caso de la antigua URSS y los países de Europa oriental, la gente constata la magnitud de los cambios experimentados en los últimos veinte años en el “tiempo perdido”. Las personas que hablan de la época anterior a 1989-1991 coinciden en que antes les sobraba tiempo para tener amigos, visitarlos, hablar con ellos, conversar y compartir. Ahora, nada de eso existe, porque el capitalismo ha impuesto un ritmo frenético y veloz, en el que ya no les queda tiempo para nada, ni para los amigos, ni para disfrutar de alguna actividad cultural o de goce personal (leer, ver una película, ir a un concierto o a una obra de teatro), algo que no sólo era gratuito hace un cuarto de siglo sino que convocaba a importantes sectores de la población. Hoy predomina el tiempo cuantitativo, vacío, homogéneo y abstracto, que se expresa, entre otras muchas cosas, en la generalización de la televisión basura al más puro estilo estadounidense. Las bibliotecas están vacías, se ha reducido dramáticamente la lectura y la compra de libros. A cambio, la mayor parte de la gente malvive en el rebusque diario para conseguir su sustento y un ritmo vertiginoso caracteriza sus existencias pauperizadas.[1]

En síntesis, con la universalización del capitalismo lo que hoy se está viviendo es la plena “subsunción de la vida al capital”, que implica que se han mercantilizado y sometido a la férula del tiempo abstracto todos los aspectos de la vida. En concordancia con este presupuesto, el capital ha rotó la distancia que separaba el tiempo de trabajo y el tiempo libre, o el tiempo de la vida. Eso se ha logrado con la utilización de múltiples estrategias, entre las que sobresalen la flexibilización laboral, que no es otra cosa sino el alargamiento de la jornada de trabajo y el regreso a formas de explotación donde impera la plusvalía absoluta, la deslocalización de empresas a otros países y continentes, en los que se puede someter a vastos contingentes de trabajadores a ritmos infernales y prolongados de explotación diaria (jornadas de 15 o más horas de trabajo) y, sobre todo, el empleo de la tecnología electrónica y digital. Este aspecto es tan crucial, que merece ser tratado con algún detalle.
Un primer dato, indicativo del fenómeno que comentamos, está referido a un hecho que contraviene los anuncios de algunos teóricos del trabajo, como André Gorz, quienes habían previsto la reducción del tiempo de trabajo y el correlativo incremento del tiempo libre y de ocio. No obstante, se ha presentado una situación completamente opuesta a lo anunciado: un incremento inesperado del tiempo de trabajo en el mundo. Una persona nacida en 1935 llegó a trabajar 95 mil horas; a una persona que nació en 1972 se le preveía una vida laboral de 40 mil horas; y las personas recién empleadas en la primera década del siglo XXI van a tener que trabajar 100 mil horas[2]. ¡Toda una vida de trabajo!, en el sentido literal del término. Si a eso le agregamos que un habitante promedio de los Estados Unidos, el país en donde el trabajo es una enfermedad, gasta 1.500 horas al año metido en su automóvil (lo que en unos 30 años representa 45.000 horas), podemos comprender el predominio del tiempo no libre en el capitalismo de hoy.


De la misma manera, la introducción de aparatos microelectrónicos en el ámbito laboral, especialmente el teléfono celular, ha roto la separación entre tiempo de trabajo y tiempo libre, o, más exactamente, el tiempo de trabajo ha absorbido el tiempo libre. En este caso, “el teléfono celular tomó el lugar de la cadena de montaje en la organización del trabajo cognitivo: el infotrabajador debe ser ubicado ininterrumpidamente y su condición es constantemente precaria” (Berardi Biffo, 2010).
Aunque no exista otro momento en la historia del capitalismo, como el de las dos últimas décadas, en que tanto se hayan exaltado las libertades individuales, en la práctica tenemos que el tiempo laboral se ha celularizado y cada día se parece más al trabajo de los esclavos, porque:
ya nadie puede disponer de su propio tiempo. El tiempo no pertenece a los seres humanos concretos (y formalmente libres) sino al ciclo integrado de trabajo. Sólo los desertores escolares, los vagabundos, los fracasados, los ociosos desocupados pueden disponer libremente de su tiempo (íd).
Lo que resulta más significativo con respecto a la mezcla del tiempo de trabajo y el tiempo libre radica en que, por lo común, las nuevas generaciones de trabajadores lo aceptan como algo normal, especialmente los llamados trabajadores cognitivos, porque conciben el trabajo como la parte más importante de su vida y ellos mismos tienden a prolongar de manera voluntaria su jornada laboral. Un cambio antropológico y social tan importante se explica por múltiples razones: la pérdida de vínculos humanos en las grandes ciudades en donde los nexos entre las personas se han convertido en un envoltorio muerto y sin placer; la mercantilización y el culto al consumo como la razón de ser de la existencia humana y de los trabajadores, lo cual se complementa con la crisis de los proyectos emancipatorios; el culto a los artefactos tecnológicos como sustitutos de las relaciones con otros seres humanos; el éxito del capital en imponer su ideología individualista en la que se atenúa y se reducen, y en algunos sectores, desaparecen, las luchas colectivas y se enfatiza la cuestión del triunfo individual, que en forma supuesta se alcanzaría subordinándose por completo a los intereses del capital. En resumen:
el efecto que se produjo en la vida cotidiana durante las últimas décadas es el de una des-solidarización generalizada. El imperativo de la competencia se volvió dominante en el trabajo, en la comunicación, en la cultura, a través de una sistemática transformación del otro en un competidor e incluso en un enemigo. Una máquina de guerra se esconde en todo nicho de la vida cotidiana (ibíd).
Como se ha impuesto la lógica de la mercantilización absoluta y del consumo como sinónimo de felicidad humana, se concibe que se debe trabajar y endeudarse, es decir, dedicar mayor tiempo al trabajo, con la expectativa ingenua de obtener más dinero para comprar más mercancías, que permitirán el disfrute del tiempo libre, el cual cada vez es más lejano, precisamente porque la vida no alcanza para trabajar tanto y conseguir dinero para pagar las deudas que se han adquirido en la perspectiva de tener algún día tiempo libre. Así:
Cuanto más tiempo dedicamos a la adquisición de medios para poder consumir, tanto menos nos queda para poder disfrutar el mundo disponible. Cuanto más invirtamos nuestras energías nerviosas en la adquisición de dinero, tanto menos podemos invertir en el goce […] Para tener más poder económico (más dinero, más crédito) es necesario prestar más tiempo al trabajo socialmente homologado. Pero esto supone reducir el tiempo de goce, de experimentación, de vida.La riqueza entendida como goce disminuye proporcionalmente al aumento de la riqueza como valor económico, por la simple razón de que el tiempo mental está destinado a acumular más que a gozar (íd).
La utilización de los artefactos microelectrónicos y digitales en el trabajo además de hacer que desaparezca el tiempo libre, fragmentan y precarizan aún más la actividad laboral. Esa precarización no es solamente una cuestión jurídica, en la cual los individuos no tienen derechos, sino que además supone “la disolución de la persona como agente de la acción productiva y la fragmentación del tiempo vivido” (ibíd.: 91). Esto quiere decir que en el plano de la organización del trabajo se generaliza la individualización de las tareas, hasta el punto que el colectivo trabajador puede ser disuelto, como ocurre en el llamado trabajo en red, donde ciertos individuos se conectan durante un tiempo para realizar un determinado proyecto, luego se desconectan y se vuelven a conectar en el momento en que tienen un nuevo proyecto. De esta forma, se pone en marcha la “dinámica de la descolectivización”, un logro muy importante para el capitalismo de nuestra época, porque:
el trabajo se organiza en pequeñas unidades que auto administran su producción, las empresas apelan más ampliamente a los temporarios y a los contratados, y practican la terciarización en una gran escala. Los antiguos colectivos no funcionan y los trabajadores compiten unos con otros, con efectos profundamente desestructurantes sobre las solidaridades obreras (Castel, 2010).
Por ello, el capital reclama su derecho de moverse libremente por el mundo para “encontrar el fragmento de tiempo humano en disposición de ser explotado por el salario más miserable” y luego de usarlo lo tira a la basura. Esto es posible porque el tiempo de trabajo ha sido fractalizado, es decir, se ha reducido a fragmentos mínimos que luego se pueden recomponer y por eso el capital busca el lugar donde impera el salario más miserable. Aunque la persona que trabaja es jurídicamente libre, el control de su tiempo por un poder extraño, el del capital, lo hace esclavo; sencillamente, “su tiempo no le pertenece, porque está a disposición del ciberespacio productivo recombinante” (Berardi Bifo, 2010). 

A esta nueva forma se le puede denominar el esclavismo celular, lo cual se evidencia de manera contundente en el BlackBerry, un aparato que reproduce el nombre de un instrumento usado en la época de la esclavitud en los Estados Unidos, que se ataba en los tobillos de los esclavos para que no huyeran, para que su tiempo siguiera perteneciendo, por la fuerza bruta, a los esclavistas. Algo similar sucede hoy, cuando el BlackBerry mantiene a la gente esclava de otros, principalmente de los patronos y empresarios, siempre atados de manos y cerebro a ese aparatejo insoportable.
El tiempo laboral de los trabajadores cognitivos se ha celularizado porque se divide en fragmentos, en células, que de manera despersonalizada el capital hace circular por la red, y se mantiene una conectividad perpetúa, a través del teléfono celular, que obliga a que los trabajadores precarizados estén disponibles como esclavos posmodernos, cuando el capital los requiera. Esto es posible porque ahora “la persona no es más que el residuo irrelevante, intercambiable, precario del proceso de producción de valor. En consecuencia, no puede reivindicar derecho alguno ni puede identificarse como singularidad”, por ende es un esclavo celular y del celular (íd). El trabajador se convierte así en un código de barras, que no importa como ser humano, por su subjetividad, sino sólo porque es una pieza más de un engranaje conectado en red, a través de la computadora, Internet y, en la forma más íntima, a través del teléfono celular.
Y, entre paréntesis, si el objetivo es convertir a los seres humanos que trabajan en un simple código de barras, como el de cualquier objeto mercantil que se vende en un supermercado, también se transforma la escuela y la universidad para hacerlas funcionales a este propósito. No otra cosa es lo que está sucediendo en nuestros días con las transformaciones educativas cuya finalidad es producir terminales humanos que sean compatibles con un circuito productivo, porque ya el objetivo explícito del capital es transformar a los seres humanos en engranajes de la producción de valor en el capitalismo y para lograrlo, o sea, convertirlos en códigos de barras, hay que eliminar las diferencias culturales e históricas en los procesos de enseñanza. Eso se expresa, por ejemplo, en la nueva lengua de la escuela, con sus estándares universales de créditos, competencias, movilidad internacional, saberes comunes y homogéneos, acreditación externa, todo lo cual no es sino la legalización administrativa y pretendidamente pedagógica de nuestra conversión en códigos de barras. Y esto tiene que ver con los saberes de forma directa. En efecto:
La producción del espacio productivo del saber se articula en estrecha relación con la construcción de la tecnosfera digital de red. La dinámica de la red muestra una fundamental duplicidad: por un lado, su expansión requiere un potenciamiento de los agentes sociales del saber. Pero, por otro lado, y al mismo tiempo, somete la transmisión de saber a automatismos tecno-linguisticos modelados según el paradigma de la competencia económica.Todo agente de sentido, si quiere volverse productivo, operativo, debe ser compatible con el formato que regula los intercambios y vuelve posible la interoperabilidad generalizada en el sistema (ibíd).
En tales circunstancias, la potencia del Internet no es otra cosa que una potencia de despersonalización a vasta escala, de liquidación de la singularidad y de la individualidad. Se han creado “las condiciones para la reproducción ampliada de un saber sin pensamiento, de un saber permanente funcional, operacional, desprovisto de cualquier dispositivo de auto-dirección (ibíd).
Por supuesto, esto genera patologías entre la población en general y entre los trabajadores en particular, porque la comunicación obligatoria se ha convertido en una epidemia. Su lógica es simple pero destructiva de la psiquis individual: si quieres sobrevivir en el capitalismo actual tienes que ser competitivo y para serlo requieres estar conectado todo el tiempo, recibir y enviar información sin pausa, manejar una masa creciente de datos, suministrar tu tiempo, siempre, a quien lo requiera. Ya no eres dueño de tu tiempo nunca, ni de día, ni de noche, ni los fines de semana, siempre debes estar dispuesto a dar tu tiempo a quien te lo compre a bajo precio. Esto genera un estrés permanente, porque debe estarse atento a la información que recibes y la que se te solicita, a la par que tu tiempo disponible para la afectividad y las relaciones personales prácticamente se reduce a cero. Con estas dos tendencias se devasta el psiquismo individual. En estas condiciones, se presenta un cambio trascendental:
Mientras el capital necesitó extraer energías físicas de sus explotados y esclavos, la enfermedad mental podía ser relativamente marginalizada. Poco le importaba al capital tu sufrimiento psíquico mientras pudieras apretar tuercas y manejar un torno. Aunque estuvieras tan triste como una mosca sola en una botella, tu productividad se resentía poco, porque tus músculos funcionaban. Hoy el capitalismo necesita energías mentales, energías psíquicas. Y son precisamente ésas las que se están destruyendo. Por eso las enfermedades mentales están estallando en el centro de la escena social (ibíd).
Todo esto lo ha hecho posible el capital, porque desde el momento en que surge la medición del tiempo, en horas, minutos y segundos, se puede comprar y vender, es decir, el tiempo se convierte en una mercancía. Hasta no hace mucho tiempo esto aparecía como algo etéreo, pero hoy se hace evidente de una manera gráfica. En Colombia, y suponemos que eso se reproduce en otros países del mundo, las personas que alquilan celulares tienen unas avisos en papel en los que se puede leer: “Se venden minutos”, lema comercial que también agitan a viva voz, diciendo “minutos a 100 pesos”. Incluso, las empresas comercializadoras de los teléfonos celulares no les importa tanto, o por lo menos de manera exclusiva, que la gente tenga un Móvil, sino que lo use sin pausa, que hable no ya minutos sino horas o días, lo que han logrado plenamente. Por eso, esas empresas ofrecen tarjetas que cada vez tienen más minutos. Así, se venden tarjetas con las que se puede hablar durante 2.000 o 3.000 o 5.000 minutos. La gente las compra y se ve obligada a consumirlas en un tiempo determinado. Es decir, que de manera forzada tiene que hablar durante 50 o más horas en un corto lapso de tiempo, unos dos o tres meses. Esto, aparte de generar una verdadera neurosis individual y colectiva y un chismorroteo insustancial para comunicarse cosas triviales que no requieren de ninguna conexión telefónica, es un espectacular negocio para las empresas de telefonía celular, a costa del tiempo de la gente.


Todo lo señalado constituye una verdadera expropiación del tiempo personal y produce una neurosis colectiva, que todos los días soportamos en el bus, en la universidad, en los teatros, en donde sea, porque tarde o temprano el insoportable sonido del celular interrumpe cualquier actividad, por sublime que fuese, como el hacer el amor. Al respecto, en España se dice que un 40 por ciento de las personas interrumpen relaciones sexuales para contestar el celular. Aparte de la expropiación del tiempo personal hay otra expropiación igualmente grave, la de la dignidad individual, la de la autoestima, porque hasta se ha perdido la pena y la vergüenza: antes una conversación telefónica era algo privado, de la que no tenía por qué enterarse nadie que estuviera cerca. Hoy, eso es cosa del pasado, ya que la gente habla y cuenta sus cosas personales delante de cualquiera. Esta expropiación de la dignidad es como un esnobismo público permanente, como se evidencia con las mal llamadas redes sociales (Facebook y similares), en las que se socializan por la red, y en forma visual, hasta las relaciones íntimas.
La generalización de la conectividad perpetua tiene como consecuencia que la gente sienta la necesidad imperiosa de estar comunicándose todo el tiempo, enviando mensajes, averiguando o que le averigüen dónde está y qué está haciendo. Si no se puede comunicar o no le contestan cunde el pánico, se siente abandonado. Lo paradójico radica en que la gente se comunica todo el tiempo, pero eso no es un resultado del enriquecimiento de las relaciones sociales, sino todo lo contrario, de la muerte de cualquier relación social. Esto indica que estamos viviendo una catástrofe temporal, porque en la comunicación virtual y digital:
...la presencia del cuerpo del otro se vuelve superflua, cuando no incomoda y molesta. No queda tiempo para ocuparse de la presencia del otro. Desde el punto de vista económico, el otro debe aparecer como información, como virtualidad y, por tanto, debe ser elaborado con rapidez y evacuado en su materialidad (ibíd.)
En conclusión:
Acabamos por amar lo lejano y por odiar lo cercano porque este último está presente, porque huele, porque hace ruido, porque molesta, a diferencia de lo lejano que se puede hacer desaparecer con el zapping… Estar más cerca de quien está lejos que de quien está a nuestro lado es un fenómeno de disolución política de la especie humana. La pérdida del propio cuerpo comporta la pérdida del cuerpo de los demás en beneficio de una especie de espectralidad de lo lejano (Virilio/Petit, 1996).
En consonancia con el tiempo virtual, instantáneo e inmediato, se impone la velocidad, esa cierta forma de fascismo que tanto denunció en su momento Pierre Paolo Pasolini, al señalar el impacto de la tecnología en la vida de la gente en su Italia de las décadas de 1960 y 1970. Y el culto a la velocidad está en la base de las diversas formas de expropiación del tiempo en el mundo contemporáneo, las cuales ameritan un breve análisis.

 

viernes, 23 de junio de 2017

nos quitaron el tiempo de la noche

La expropiación del tiempo de la noche






Hasta no hace muchas décadas la noche estaba consagrada al descanso y al reposo, salvo en las fábricas donde desde finales del siglo XIX, tras la invención de la luz eléctrica, el capitalismo había implantado la jornada perpetua de 24 horas de trabajo, en unidades productivas que nunca cerraban y en las cuales las máquinas no se detenían jamás. A ese ritmo febril se tuvieron que acoplar a la fuerza los obreros, que debieron repartirse los turnos y laborar en la noche. Esa fue la primera expropiación del tiempo nocturno, un momento en el cual nuestro reloj biológico, por disposición genética, nos dice que debemos dedicarnos a descansar, porque nuestro organismo está adecuado para eso y no para estar despierto y menos trabajando.


Después, cuando la luz salió de las fábricas y se extendió por las ciudades, en el siglo XX, se alargó el tiempo cotidiano de la gente, que podía salir y deambular en la noche. En el último medio siglo en casi todo el mundo se presentó otro cambio drástico que se proyecta hasta el día de hoy, consistente en que la televisión se fue convirtiendo en un instrumento permanente en los hogares y cada vez se fue ampliando más el tiempo de transmisión televisiva, hasta durar hoy las 24 horas del día. En este caso, se asiste a la expropiación del tiempo personal de las familias que empezaron a dedicarle una parte sustancial de sus vidas a ver televisión, que en algunos casos, como en los Estados Unidos, supone que cada persona vea en promedio siete horas diarias de televisión, en razón de lo cual ese aparato se ha convertido en uno de los principales medios de educación de nuestra época.
Esta expropiación de la noche que acompaña la desbocada urbanización en el mundo produce cambios significativos en el comportamiento de los seres humanos y una modificación brusca del entorno natural y de los ecosistemas, así como de las costumbres y hábitos temporales de las personas, que pierden todo vínculo evidente y directo con la naturaleza y sólo se relacionan con el medio artificial, principalmente con la luz eléctrica. Ya lo decía Pasolini en uno de sus últimos escritos que se habían acabado las luciérnagas en la Italia de comienzos de la década de 1960 y que las nuevas generaciones no tenían ni idea que aquéllas habían existido y, por lo tanto, no podían quejarse por su desaparición. En donde habían luciérnagas ahora aparecían centros comerciales, propiedad de capital transnacional, y en contra de esa presunta modernización en la que se adora el cemento, la luz de neón y el fulgor y sonido de los artefactos electrónicos, Pasolini declara: “Yo, por más multinacional que sea, daría toda la Montedison (un centro comercial) por una luciérnaga” (Passolini, 1983).




Así como han desaparecido las luciérnagas, también han desaparecido las estrellas en la noche, o mejor, nunca las vemos porque no tenemos ni tiempo ni espacio para mirar hacia arriba. La luz artificial nos ciega o estamos resguardados, los que podemos, en nuestras cuatro paredes ante la luz espectral del televisor.

jueves, 22 de junio de 2017

"Como todos los soñadores, confundí el desencanto con la verdad”




"...verás que no eres la primera persona a quien la conducta humana ha confundido, asustado, y hasta asqueado. Te alegrará y te animará saber que no estás solo en ese sentido. Son muchos los hombres que han sufrido moral y espiritualmente del mismo modo que tú. Afortunadamente, algunos de ellos han dejado constancia de su sufrimiento. Y de ellos aprenderás si lo deseas. Del mismo modo que alguien aprenderá algún día de ti si sabes dejar una huella. Se trata de un hermoso intercambio que no tiene nada que ver con la educación. Es historia. Es poesía."
("El guardián entre el centeno",J.D. Salinger)


"Qué has visto en mí?"
"Una flor en medio de un campo en ruinas" -contestaste tú."
(Elvira Sastre)


"Solo unos pocos encuentran el camino, otros no lo reconocen cuando lo encuentran, otros ni si quiera quieren encontrarlo."
("Alicia en el país de las maravillas", Lewis Carroll)

"Siempre hay un tiempo para marchar aunque no haya sitio a donde ir."
(Tennessee Williams)


sábado, 17 de junio de 2017

viernes, 16 de junio de 2017

El mundo hay que fabricárselo uno mismo

"El mundo hay que fabricárselo uno mismo, hay que crear peldaños que te suban, que te saquen del pozo. Hay que inventar la vida porque acaba siendo verdad."
(Ana María Matute)

  1. "Pese a mi odio a la información, me gustaría poder levantarme de entre los muertos cada diez años, llegarme hasta un quiosco y comprar varios periódicos. No pediría nada más. Con mis periódicos bajo el brazo, pálido, rozando las paredes, regresaría al cementerio y leería los desastres del mundo antes de volverme a dormir, satisfecho, en el refugio tranquilizador de la tumba."
    (Luis Buñuel)

  1. "La desobediencia, a los ojos de cualquiera que haya leído la historia, es la virtud original del hombre. El progreso ha llegado por la desobediencia, por la desobediencia y la rebelión."
    Oscar Wilde"


lunes, 12 de junio de 2017

preocuparse de los demás

En los pueblos todo el mundo sabe de la vida de todo el mundo, por un lado es bueno porque pueden ayudarte si tienes problemas de salud , dinero o familiares...pero por otro lado también pueden hacer leña del árbol caído, esto dependerá de la calidad humana de las personas que componen ese pueblo.

Schopenhauer, decía lo siguiente: «La envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienten, y su constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás muestra cuánto se aburren».










Preocuparse de los demás , un valor que se está perdiendo porque a unos pocos les interesa que así sea...

viernes, 9 de junio de 2017

Un libro para leer y reflexionar

Un libro para leer:



El hecho de que los medios estén determinantemente saturados de futbolistas, de chicas de pasarela, de comediantes, de opinólogos banales, y no de hombres y mujeres con capacidad de reflexión crítica, con aportación de ideas enriquecedoras; el hecho de que no existan propuestas de vanguardia y de que la mayor parte de la creación estética sea una mirada hacia el pasado y no una proyección hacia el futuro, son parámetros indicativos de una decadencia incuestionable.


La filosofía nos puede permitir abrir horizontes, empujar la membrana de la verdad cada vez con más fuerza sabiendo que nunca la vamos a lograr romper. ¿Acaso no es bello preguntarse permanentemente sobre todo lo que hacemos? Cuando los jóvenes ya no se preguntan y dan por hecho todo lo que ven, cuando confían en la imagen sin una reflexión crítica, se convierten en conciencias estabuladas.


El ser urbano vive cada vez más de espaldas a la luz, es un ser nocturnal. Por eso no es gratuito el culto a los vampiros, todos estos personajes oscuros que huyen, que rompen con lo que no quieren. Nadie sabe lo que quiere. Y cuando estás en la naturaleza necesitas saber cuál va ser el próximo paso y por qué lo das. Cuando pescas en las rocas, si no tienes conciencia de lo que estás haciendo, te puedes caer y si vas caminando por la selva y te descuidas, puedes acabar pisando una serpiente cascabel.



Lo que queremos en estos momentos son individuos, personas íntegras. Lo interesante es la transformación desde la base de la sociedad. Formaciones como Podemos pueden ser, incuestionablemente, un disparador, un sacudimiento, y eso hay que incentivarlo. Pero lo que yo le digo siempre a la gente es que no esperemos el cambio de la totalidad para cambiar nosotros. Vayamos cambiando en la medida de nuestras posibilidades, empecemos a tratar a los demás como nos gustaría que nos trataran a nosotros.



Si tú haces bien tu trabajo, llevas luz y amor en el ámbito en el que te mueves, no andas de mal humor todo el rato, reduces la velocidad de tu vida y te creas menos dependencias, irás bien. Cuando uno empieza a fijarse metas que no va a poder cumplir, entonces ya se convierte en un fracasado y anda como loco. Cuántas más cosas tenemos más nos esclavizamos, más nos codificamos. Necesitamos una generación que recupere el sentido de lo elemental.



Los más los jóvenes no quieren mantener relaciones duraderas y los más preparados e inteligentes no desean procrear. Cuando todo esto se rompe el único refugio es la autogratificación. ¿Para qué partirse el alma por los hijos, por la pareja? Y vemos que en la escuela los maestros luchan desesperadamente por conseguir la base, los objetivos, no por transmitir valores y enseñanzas. Y después, al salir a la calle, vamos todo el tiempo con cuidado, porque vemos enemigos en potencia por todas partes, no nos paramos con nadie porque pensamos que nos van a pedir o a robar. Y en el trabajo, no se va a formar un equipo, a aprender con los demás. Todo es competencia, miedo a ser desplazados, despedidos. Ese es, a grandes rasgos, el panorama en el que estamos inmersos por falta de eticidad, por falta de valores.


“Filosofía para desencantados”, de Leonardo da Jandra, con prólogo de Guillermo Fadanelli, ha sido publicado por la editorial Atalanta.

Entrevista completa a Leonardo da Jandra aquí:https://lecturassumergidas.com/2014/07/30/leonardo-da-jandra-es-la-etica-no-la-libertad-lo-que-tiene-que-estar-encima-de-todo__/

Siempre brilla el sol



"Yo había puesto
encima de mi pecho,
un pequeño letrero que decía:
“Cerrado por demolición”.
...
Y aquí me tiene usted pintando las paredes,
abriendo las ventanas,
adornando la mesa con la flor amarilla
con que paga el otoño sus encantos. "
(Carlos Pellicer)




¿Saben ustedes qué significa ser sensible?


"¿Saben ustedes qué significa ser sensible? Significa, ciertamente, sentir afecto por todas las cosas; ver un animal que está sufriendo y hacer algo al respecto, quitar una piedra del sendero porque por él transitan muchos pies desnudos, levantar un clavo de la carretera porque el auto de alguien podría pinchar un neumático...Ser sensible es compadecerse de las personas, de los pájaros, de las flores, de los árboles - no porque sean de uno, sino simplemente porque uno está despierto a la extraordinaria belleza de las cosas."
Jiddu Krishnamurti